Me resulta muy llamativa la capacidad de algunas personas para meterse en todos los asuntos que encuentran a su paso independientemente que les afecte o no. Es como si no lo pudieran evitar, como esos chiquillos que tienen que ir pisando todos los charcos que se encuentran a su paso sin importarles ni si mojan o se mojan ni las consecuencias posteriores con su padres o responsables. Se trata, sin duda, de una conducta que es superior a sus fuerzas y a su voluntad y que es plenamente disculpable, incluso defendible, cuando se trata de un infante, pero más difícilmente comprensible cuando se refiere a personas que se enmarcan en edades supuestamente adultas.
Me refiero expresamente a los metomentodos profesionales y me voy a circunscribir exclusivamente al ámbito social y lo que generan en su entorno, sin entrar a valorar aspectos de tipo personal que requerirían de tratamiento especializado ajeno totalmente a mis conocimientos. Es decir, me circunscribiré exclusivamente a lo observado de manera personal y, por tanto, carente de todo rigor científico.
Dentro de esta tipología social hay que distinguir tres categorías bien diferenciadas.
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La primera es el metomentodo patológico, es decir, aquel que no lo puede evitar meterse en todos los asuntos por los que transcurre aunque no tenga una intencionalidad clara, ni buena ni mala, aun siendo plenamente consciente de los perjuicios que esta actitud le genera. Es el típico bocachancla al que luego hay que soportar lamentándose de su mala fortuna en las cosas de la vida y que inevitablemente corre hacia el desastre sistemático de él y de los suyos, transitando por procesos de victimización y lloriqueo.
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La segunda categoría hace referencia al metomentodo interesado, es decir aquel que se mete en todos los asuntos con la intencionalidad de conseguir beneficios propios. Es la típica persona trepa con actitudes sibilinas, con un vago fundamento ético y dudosa integridad que presenta aparentes habilidades sociales con sesgos de yoismo, falsa prepotencia y ligeros rasgos de superioridad moral.
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La tercera categoría hace referencia al metomentodo perverso, es decir aquel que se mete en todo con la intencionalidad de conseguir beneficios propios o perjuicios para los que supone oponentes. Se trata de elementos con actitudes sibilinas, carentes de toda ética y moralidad, con unas sorprendentes habilidades sociales, que presentan sesgos permanentes de yoismo, propotencia, supremacismo, maternalismo, victimismo y actitudes evidentes que demuestran superioridad moral.
No considero que sean categóricamente estancos, porque las personas son o aparentan ser fluctuantes, pero supongo que cualquiera, ya habrá sido capaz de ponerle nombre y apellidos a cada perfil.
En los últimos días he asistido a un encomiable trabajo de metomentodismo académico de la tercera categoría. El asunto trata de un profesor del que nadie sabe nada, más allá de comunicaciones verbales puntuales de incomparecencia reiterada a sus clases por parte de algunos estudiantes.
¿Nadie? Nada más lejos de la realidad. Desde hace tiempo, instalados en la atalaya de la superioridad algunos saben y callan … hasta que prevén que el asunto puede estallar. Es entonces cuando resulta que ya estaban al tanto de dicha situación y que, tan generosamente como siempre tal y como es su costumbre, se ha ofrecido a buscar la solución que pudiera ser necesaria para que la actividad y profesionalidad de dicho profesor se pudiera mantener al margen de cualquier acontecimiento que pudiera ser lesivo a los intereses generales, es decir, todo como muy altruista y generoso, aunque sibilinamente filtrado a la opinión pública.
Creen que el resto del mundo debe de asumir con naturalidad que los resultados obtenidos de su metomentodismo, sin duda, reportarán pingües beneficios a la colectividad, como consecuencia de su dilatada, coherente y éticamente intachable experiencia gestora, dado el alto grado de influencia que ejerce en instancias académicas superiores. Entendería que se hiciera esto si respondiera a una actitud generosa, transparente y generalizada, el problema viene cuando se hace solo con los de su cuerda y se ataca frontal y furibundamente contra los que no lo son. Vamos que el interés general y el servicio público brilla por su ausencia, sobre todo teniendo en cuenta los antecedentes, ya que no es la primera vez que asume de manera singular competencias que no le están atribuidas con la misma finalidad.
Solo justificaría la parte general del asunto, en caso que respondiera a un puro divertimento a modo de experimento social siempre y cuando sea generalizado y transparente. Es más, creo que hasta lo aplaudiría. Nos pasamos media vida aprendiendo convenciones sociales que en su mayor parte solo sirven para coartar nuestra naturalidad y, sin duda, para hacernos más tristes y aburridos y muy poco divertidos. Espero que no se entienda como una justificación de acciones personales injustificables.
Viva la diversión.