Hace algunos años, mi tía María Luisa me ilustraba sobre la peculiar idiosincrasia de un colega suyo de trabajo al que, de manera “carismática”, apodaban Sietemachos. Este individuo desempeñaba su labor en el sector de las artes gráficas y, aunque su posición no ostentaba gran relevancia profesional, asumía la responsabilidad crucial del mantenimiento y la limpieza de las máquinas offset en el taller de impresión, trabajo que realizaba eficientemente.
Mi tía se refería a él con un tono condescendiente, pero también con una evidente falta de aprecio, ya que este personaje utilizaba la afirmación de su masculinidad como un medio para ejercer y proteger su reducido ámbito de autoridad, y lo hacía con una energía y determinación extraordinaria. Lo sorprendente radicaba en que esa urgencia de reafirmación no guardaba relación alguna con su valía profesional. Su afirmación machista se originaba en supuestas deficiencias atribuidas a su falta de atractivo físico. En otras palabras, compensaba las presuntas carencias físicas, asociadas al estándar masculino de belleza predominante, con una intensificación exagerada de su actitud viril, una característica que tenía una relevancia significativa en el contexto cultural de la segunda mitad del siglo pasado. De ahí el apodo merecido y ciertamente ganado.
Mediante las enseñanzas derivadas de sus experiencias de vida, mi apreciada tía me comunicaba los desafíos asociados al sesgo de género, orientándome hacia su prevención.
[EFP. El Funcionario Perplejo] Recientemente presencié un espectáculo gratuito y altamente violento de sietemachismo sistémico. Lamentablemente, una mujer lo utilizó para encubrir su ineptitud y su falta de habilidades de gestión, tergiversando y manipulando las relaciones de género para generar una posición dominante. A pesar del problema social que esto representa, aún hay quien cree que para destacar en un entorno laboral esté o no dominado por hombres, es necesario adoptar comportamientos masculinos que rozan o que directamente son machistas. Sé que hacer estas afirmaciones puede ser peligroso, ya que podrían ser manipuladas para justificar actitudes retrógradas y reaccionarias. Sin embargo, esto no es algo nuevo porque no es la primera vez que ocurre. En mi entorno es una actitud recurrente y se emplea indistintamente por hombres o mujeres para ejercer coercitivamente su estatus de poder.
[MDD. Maestro DonDepende] Muy sabio el análisis de tu tía, reflexionando desde una perspectiva vital muy sencilla y práctica, sobre un gran problema que desgraciadamente se sigue manteniendo vigente en nuestra sociedad actual, el sexismo. En el contexto contemporáneo, se ha documentado empíricamente que las conductas mencionadas, aun cuando son ostensiblemente forzadas, inciden de manera significativa en los niveles hormonales asociados al fortalecimiento de actitudes dominantes, específicamente en la elevación de la testosterona, así como en la disminución de los niveles de cortisol, hormona vinculada al estrés. Estos efectos hormonales conllevan una mejora considerable en la habilidad para hacer frente a situaciones de alta tensión, sugiriendo una posible correlación entre la adopción de comportamientos asertivos y la modulación de la respuesta fisiológica ante estímulos estresantes.
[PBD. Profesor BullDog] Sin medias tintas, Machismo puro. Ejercicio sistemático del poder sin filtros.
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